Nos aventuramos desde Chiapas al estado Oaxaca, y sin Sophie, tomamos la carretera como valientes (10 horitas, montañas, curvas, militares, calor, cocos, un buen pescado en la carretera al son de unas rancheras y de las risas de los locales, una espina en mi garganta que me sacó Reyes con pinzas de depilar ???)- para llegar a la costa oaxaqueña, donde decidimos quedarnos 5 días en el hermoso pueblo y playa de Mazunte.
Con su reserva de tortugas, este lugar de playa, pequeño y familiar, también es un sitio que atrapa, ya que tras una tarde en la playa, uno ya se conoce a todo el mundo: el argentino que vende los pasteles al atardecer, los hermanos venidos del DF en busca de amigas, los hippies que se quedaron ahí para siempre, el dueño del hostal de allí arriba (que no os aconsejamos por su estado de desolación a pesar de preciosas vistas) - que solamente vive fumado y haciendo yoga (y de vez en cuando montando fiestones bajo las estrellas, como a la que fuimos !), el colombiano vestido de naranja chillón que le ofrece mezcal a sus hijos de 8 años, el maestro de meditación con su trozo de madera en el pelo y su barba interminable... En fin, una serie de personajes que, como nosotras, buscaban un lugar mágico y donde el vivir se volvía dulce.
Todos convivíamos y nos conocíamos durante los baños en el agua cálida del pacífico, en esta preciosa bahía donde el ceviche sabía a paraíso, las tlayudas (típicas tortas enormes oaxaqueña) al cielo, y la cerveza- ni te digo.
Cuando el sol pegaba demasiado fuerte, todo el pueblo se reunía en la Posada del Arquitecto. El "place to be" de Mazunte, ambientazo al borde del mar, escuchando la música que toca un chavo veracruzano con su guitarrita, y compartiendo experiencias con todos. Nos quedamos a dormir en la Posada, en unas preciosas cabañas de bambú, abiertas, al son del Pacífico.
http://www.posadadelarquitecto.com
Claro, que cuando uno vive así, de playa, bienestar, convivencia, hipismo y tranquilidad... se le olvida que tiene la cámara metida en el bolso en la arena, y que estamos en el pacífico. Las olas llegan hasta allí ! Y allí murió mi cámara, ahogada la pobre. Fue bastante poético, y sorprendentemente, el cabreo fue leve. Allí uno sencillamente no puede cabrearse.
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